Hugo von Hofmannsthal, Rainer Maria Rilke, Theodor Herzl, Rudolf
Steiner, Emile Verhaeren, Auguste Rodin, Luigi Pirandello, Romain Rollande, James
Joyce, Walther Rathenau, Maxim Gorki, Benedetto Croce, Paul Valéry, Thomas
Mann, Richard Strauss, Béla Bartók, Richard Wagner, André Gide, Bernard Shaw,
H. G. Wells y Sigmund Freud, entre otros, tienen un punto en común. Todos estos
ilustres conocieron y entablaron amistad con el escritor austríaco Stefan Zweig.
En El Mundo de Ayer.
Memorias de un europeo, Zweig realiza una riquísima descripción desde la
Europa de finales del s. XIX hasta la declaración de guerra de Reino Unido a
Hitler. Lejos de parecer un libro oneroso, esta obra tiene la gran virtud de
tratar temas no tan lejanos como uno puede pensar. Desde el capítulo “Más alla
de Europa”, los inevitables cataclismos que mostrarían las peores facetas del
ser humano van cerniéndose a buen ritmo. Un pequeño temor se va instalando durante
la lectura. Se tratan de unas sencillas memorias, pero una espesura va
apoderándose de las páginas. El lector toma conciencia de la gravedad de la
situación aunque no haya vivido en esa época y al levantar la vista hacia
arriba clavando los ojos en un punto fijo sin importancia y con el libro aún
entre sus manos, es víctima de una angustia real, pues todo lo que cuenta Zweig
puede ocurrir de nuevo ahora. No mañana ni pasado mañana, sino ahora, en la
Europa que creíamos haber superado todas esas lacras.
Desde el prefacio podemos hacernos una pequeña idea de la
personalidad de Zweig. Uno de los calificativos que podría utilizarse sería el
de culto. Parece una obviedad
relacionar la cultura y la instrucción a un escritor. Léanse el primer párrafo
y lo entenderán sin que una deba añadir más explicaciones. Estamos ante las
memorias de un Auténtico Escritor, lo que nos asegurará su altísima calidad.
Sin perder la sinceridad ni la humildad, Zweig decide abrirse para
rescatar del olvido las penurias provocadas por las dos grandes Guerras
Mundiales al ciudadano de a pie y entre la más absoluta confusión. La
idiosincrasia de la época queda recopilada también en sus memorias. De este
modo entendemos con pasmosa facilidad la transición de una sociedad constreñida
en una moral de lo más hipócrita a una de mayor tolerancia, nacida de la
auténtica libertad, y su posterior pérdida y parcial recuperación.
Un descubrimiento grato de estas memorias es la gran importancia
que se da a la cultura, de la cual deriva la hermandad entre los intelectuales
europeos en su lucha contra el nacionalsocialismo. No eran muchos, pues las
circunstancias consiguieron amedrentar a la gran mayoría. Era una época
difícil. El miedo imperaba y la libertad de expresión pasó a ser lo que hoy en
día se dice una ‘leyenda urbana’. El exilio era una solución digna, la única que permitía
conservar y ejercer dicha libertad en medio de una fraternidad frágil.
- Me voy al extranjero –
dijo (Rainer Maria Rilke) –. ¡Ojalá todo el mundo pudiera irse al extranjero! La
guerra es siempre una prisión.
Y se fue.
Y yo volvía a estar solo.